miércoles, 12 de marzo de 2008

El muchacho indio que fue enterrado vivo

Revista Istoé, 20/02/2008


"NO SE PUEDE PRESERVAR UNA CULTURA QUE VA CONTRA LA VIDA"


Edson Suzuki, director de la ONG Atini


Amalé casi fue muerto en nombre de las costumbres indígenas. Y la Funai hace vista gorda al infanticidio de algunas tribus.
Amalé tiene cuatro años. Como muchos otros niños, el miércoles 12
él fue por primera vez a la escuela, en Brasilia. Indio de la etnia kamaiurá, de Mato Grosso, Amalé llamaba la atención de los demás muchachos porque era el único que no usaba uniforme ni cargaba una mochila en las espaldas. Pero Amalé se destaca de los demás por un motivo mucho más preocupante. El pequeño indio es, en verdad, un sobreviviente de su propia historia. Luego que nació, a las 7 horas del 21 de noviembre del 2003, él fue enterrado vivo por su madre, Kanui. Continuando, así, un ritual determinado por el código cultural de los kamaiurás, que manda enterrar vivo a aquellos que son engendrados por madres solteras. Para asegurar que el destino de Amalé no fuese cambiado, sus abuelos además pisotearon la tumba. Nadie escuchó siquiera un lamento. Dos horas después de la ceremonia, en un gesto que desafió a toda la aldea, su tía Kamiru se empeñó en desenterrar al bebe. Ella recuerda que sus ojos y narices sangran mucho y que el primer llanto solo ocurrió ocho horas más tarde. Los indios más viejos creen que Amalé solo escapó de la muerte porque aquel día la tierra de la tumba estaba mezclada con muchas hojas y pequeños tallos, lo que puede haber formado una pequeña cámara de aire.
La dramática historia de ese pequeño indio es la fase visible de una realidad cruel, que se repite en muchas tribus esparcidas por todo el Brasil y que, muchas veces, tienen la connivencia de funcionarios de la Funai, el organismo estatal que tiene la misión de cuidar de los indios. "Antes de desenterrar a Amalé, yo ya había escuchado los gritos de tres niños bajo la tierra", relata Kamiru, hoy con 36 años. "Intenté desenterrar a todos ellos, pero Amalé fue el único que no gritó y que escapo con vida", relata. La Funai esconde numerosos casos como este, los investigadores ya detectaron la práctica del infanticidio en por lo menos 13 etnias, como los ianomâmis, los tapirapés y los madihas. Solo los ianomâmis, en el 2004, mataron 98 niños. Los kamaiurás, la tribu de Amalé y Kamiru, matan entre 20 y 30 por año.
Los motivos para el infanticidio varían de tribu para tribu, así como varían los métodos usados para matar a los pequeños. Además de los hijos de madres solteras, también son condenados a muerte los recién nacidos portadores de deficiencias físicas o mentales. Gemelos también pueden ser sacrificados. Algunas etnias creen que uno representa al bien y el otro al mal y, así, por no saber quien es quien, eliminan a los dos. Otras creen que solo los animales pueden tener más de un hijo a la vez. Existen motivos más triviales, como casos de indios que mataron a los que nacieron con simples manchas en la piel – esos niños, según ellos, pueden traer maldición a la tribu. Los rituales de ejecución consisten en enterrar vivos, ahogar o ahorcar a los bebes. Generalmente es la propia madre quien debe ejecutar al niño, no obstante haya casos en que puede ser auxiliada por los brujos.
Los propios indios comienzan a revelarse contra la barbarie. En este momento, existen por lo menos diez niños indígenas en Brasilia que fueron condenados a la muerte en sus aldeas. Huyeron con ayuda de religiosos y sobreviven en la capital gracias a una ONG, Atini, dirigida por misioneros protestantes y apoyados por militantes católicos. La política oficial de la Funai es enviar a los exilados de vuelta a la selva, mismo que eso signifique colocar sus vidas en riesgo.
"No es verdad que entre los pueblos indígenas exista más violencia y más crueldad con sus infantes que en la población en general", sustenta Aloysio Guapindaia, presidente en ejercicio de la Funai, en respuesta por escrito a ISTOÉ. "En el tema, tratado de una forma superficial, trasparecen preconceptos con relación a las costumbres de los pueblos indígenas", completa. Existen indio que no concuerdan. "Nadie del gobierno nos ayuda a resolver el problema", se queja Kamiru, con el auxilio de un traductor. La recompensa por el gesto de desafiar las costumbres de su gente viene de aquel que ella salvó. "Mi verdadera madre no es mi madre. Mi madre es Kamiru", dice el pequeño Amalé.
Otra india que osó enfrentar a la tradición fue Juraka, también kamaiurá, de una aldea próxima a la de Amalé. Ella está refugiada con su hija, Sheila, de nueve años, en refugio al lado de la granja “Do Torto. La niña esta haciéndose un tratamiento en el hospital Sarah Kubitschek. Nació con distrofia muscular progresiva, una enfermedad que la imposibilita a caminar. La tribu descubrió el problema cuando Sheila debía estar dando los primeros pasos. Su madre huyó antes de ser obligada a aplicar la tradición. "No gusto de esa costumbre de enterrar a personas vivas", dijo Juraka, también con la ayuda del traductor. En el hospital los médicos dijeron que no hay nada por hacer. Sheila deberá pasar la vida en una silla de ruedas. "Es la persona que más amo en el mundo, más que a mis otros hijos", dice Juraka. Madre e hija ya volvieron algunas veces a la tribu. Los indios pasaron a respetar el coraje de Juraka y ya comienzan a aceptar a Sheila.
"Es un absurdo cerrar los ojos para el genocidio infantil, bajo cualquier pretexto", dice Edson Suzuki, director de la ONG Atini. "No se puede preservar una cultura que va contra la vida. Tener esclavos negros también ya fue un derecho cultural", compara. Suzuki cría a la niña Hakani, de los surwahás del Amazonas. Ella hoy tiene 13 años. La niña nació con dificultades para caminar. Los padres se resistieron a matarla; preferían el suicidio. El hermano mayor, entonces con 15 años, intentó abatirla con golpes de machete en el rostro, pero ella sobrevivió. "El infanticidio es una práctica tradicional nociva", ataca la abogada Maíra Barreto, que investiga el genocidio indígena para una tesis de doctorado en la Universidad de Salamanca, en España. "Y lo peor es que la Funai está contagiada por ese relativismo cultural que coloca al genocidio como correcto", ataca el diputado Henrique Afonso del PT del Acre, autor de un proyecto de ley que pune a cualquier persona no india que omita el socorrer a un niño que pueda ser muerto. Lejos de la tribu, Amalé quiere continuar frecuentando la escuela, pero exige una mochila. Él ya habla bien el portugués y dice que gusta mucho de automóviles. Quiere conducir uno cuando crezca. "Vamos a aprender mucho más con Amalé que él aprender de nosotros", dice la directora de la escuela, Aline Carvalho.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Actualmente es dificil entender y comprender el infaticio que cometen algunos pueblos indigenas. Probablemente aprendieron a matar de sus conquistadores. No es bueno juzgar estos pueblos como lo peor. Ellos no tuvieron la oportunidad de comunicar en la red las atrocidades que sufrieron a manos de conquistadores y misioneros. Aqui lo importante no es discutir lo que pasando. Por lo contrario es un deber social y cultural del estado de Brasil crear un plan que ayude a rescatar personas que estan en riesgo por una tradicion.

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