miércoles, 13 de junio de 2012

La VOZ de San Plácido

 San Plácido (Pietro Perugino)

La VOZ de San Plácido

San Plácido animaba a sus santos compañeros con fervoroso celo y con cristiana elocuencia. Sus dos hermanos, y sobre todo su hermana, lejos de llorar su desgraciada suerte, consideraban aquella que parecía funesta casualidad, por la mayor dicha que les pudiera suceder; atribuyendo a las oraciones de su santo hermano la inestimable gracia que les tenía preparada la divina Providencia. 

Mientras tanto viendo los bárbaros su invencible constancia, a pesar de los palos y de los malos tratamientos que les hacían sufrir todos los días; determinaron quitarles la vida antes de volverse a embarcar. Hicieron otra tentativa para que renunciasen a la fe, pero san Plácido, hablando en nombre de todos, desengañó al tirano, diciéndole: 

"Son vanos todos tus esfuerzos. Antes bien debes tú mismo mirar por tu salvación y renunciar a tus paganas superticiones, que los ídolos, a quienes tú rindes cultos, son inanimadas estatuas sin fuerza y sin movimiento, imágenes despreciables de divinidades quiméricas, y no hay otro Dios que aquel que adoramos los Cristianos, criador del universo, árbitro de nuestra eterna suerte y supremo Juez, que en breve ha de ser de todos." 

Interrumpiole el bárbaro, que ya no podía sufrir la generosa intrepidez del santo Mártir; mandó que con un duro guijarro le hiciesen pedazos los dientes y las mandíbulas. No contento con esto, para que no pudiese hablar, le mandó arrancar la lengua hasta la misma raíz. Pero el que perdió la lengua por amor de Jesucristo, no por eso perdió el uso de ella, antes bien, con asombroso prodigio, prosiguió hablando con voz más clara, más sonora y más corpulenta que nunca, maravilla que convirtió a muchos gentiles, pero no convirtió al tirano. Antes más y más enfurecido, temiendo algun alboroto popular, mandó que a todos les cortasen la cabeza. Fueron conducidos a la orilla del mar, sitio señalado para la ejecución del suplicio. Luego que llegaron a él, se hincaron todos de rodillas y ofrecieron a Dios el sacrificio de sus vidas. San Plácido, cuya milagrosa voz esforzaba más y más el valor de los generosos Mártires, hizo en nombre de todos, esta devota oración a Jesucristo: 

"Salvador mío, Jesucristo, que te dignaste padecer muerte de cruz por nuestra salvación, sé propicio a estos, tus humildes siervos. Danos constancia hasta el fin y haznos la merced de que seamos asociados al coro de tus santos Mártires. Consérvanos intrépidos hasta el último momento de nuestra vida y dígnate aceptar el sacrificio que te hacemos de ella" 

Toda la bienaventurada tropa respondió inmediatamente "Amén", y en el mismo punto fueron sacrificadas todas aquellas inocentes víctimas el dia 6 de octubre del año 841, en número de treinta y tres: Siendo las más célebres, Plácido, de edad de venticuatro años; Fausto y Fírmato, diáconos Euliquio y Victorino, hermanos de nuestro Santo y su santa hermana Flavia. 

Acabada esta carnicería, los bárbaros pusieron fuego al monasterio, demoliéronle y profanaron la iglesia. Hecho esto, se volvieron a embarcar, pero recibieron luego el castigo por su barbaridad, porque apenas se hicieron a alta mar, estando todavía enfrente del Faro de Mesina, se levantó una furiosa tormenta en la cual perecieron todos, sin salvarse ni uno solo. Hallábase a la sazón, ausente del monasterio, Gordiano, uno de sus monjes; y cuando volvió a él, encontró todavía enteros los cuerpos de los Mártires, junto a la orilla del mar. Dioles sepultura en la iglesia donde permanecieron hasta el siglo XVI, en que fueron hallados y elevados de la tierra con grande solemnidad, casi mil y cien años después de su glorioso martirio, y honró Dios con muchos milagros aquella magnífica traslación. 


Fuente: Jean Croiset, "Año cristiano"

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